Me he cambiado la melodía del móvil y todavía no la identifico. Suena, un, dos, tres tonos y entonces me doy cuenta que es el mío.
Bajo y hablamos en inglés. Una melodía que, hasta hace seis meses, me recordaba a la familia. Y ahora a él.
El sonido de su moto es grave, como su voz. Ronca, como la mía por la mañana.
Las llaves en la cerradura de su puerta retumban en la escalera. Tintinean contra la madera, con fuerza.
La luz de su cocina sesea, como un pervertido mosquito con hambre de sangre.
Oigo el vino en el borde de la copa, en sus labios, sobre su lengua, en su garganta, en su estómago. Mi copa suena hueca en el parquet.
Chasquea el mechero.
Suspiro.
Él respira en mi cuello, un tornado sube por mi oreja. El aire arrastra las palabras que sobran. Todas.
Como unos pequeños engranajes, así suena la cremallera de mi pantalón. Y su piel susurra cuando le quito los pantalones.
Soplo, resopla.
Gimo, gime.
Jadeamos.
Puerto de la Barceloneta
19 de abril de 2008
19 de abril de 2008