viernes, 25 de septiembre de 2009

Ruta 69

Arranco mis besos en sus labios. Siempre los tienes calientes. Y son tan suaves, tan blandos, tan esponjosos. Tan tiernos.
Recorro su cuello, su tortuosa clavícula, sus suaves y montañosos pechos. Bajo por el vientre, dulcemente paso mis mejillas. ¿Cómo puede tan irresistible la piel de una mujer? Paso la frontera del color, dejo atrás el moreno de su piel y me adentro en la marca de su bikini. Ella me empuja, nos tumbamos de lado, cómodas. Ya lo huelo. Casi llego. Alargo la lengua, la punta, sólo la punta, hasta su clítoris. Está ardiendo, húmedo, salado... Me pierdo. Me he perdido. Mierda, nos hemos perdido.

Y de mientras escuchamos esto.



La mgnífica Cora Novoa y su estremecedor Unattainable Love

jueves, 17 de septiembre de 2009

Suavidad femenina




La suavidad de un cuerpo femenino es de las sensaciones más perfectas que he experimentado.

Normalmente, las mujeres heterosexuales, no solemos manosear a nuestras amigas en busca de ese tacto dulce, tierno. Sí, hemos tocado una mano, una espalda al ponerle la crema, quizás los piés al ofrecernos para hacerle un masaje. Pero no hemos s-a-b-o-r-e-a-d-o un cuerpo de mujer. Entero.

Recorrer desde los pómulos hasta los tobillos. Dibujar sus labios con nuestros dedos, resbalar las yemas por el cuello, los pechos, los pezones reboltosos. Serpentear en la barriga, perderse en su ingle. Esa sensación sólo se sabe apreciar si te gustan, de verdad, las mujeres, y a mi me encantan. Es decir, me encanta Sofía, y su cuerpo.

Es tremendamente perfecto. Alargado, moreno, terriblemente suave, caliente, sin ser demasiado blando, ni demasiado duro. Agarrable hasta la saciedad.

Ultimamente, cuando se me tira encima, la cojo por la cintura. Abro bien mis manos, le rodeo perfectamente los costados y la aparto un poco. Quiero ver su barriga, sus diminutas cicatrices. Y paso la mano por allí, y por aquí, y más allá. Y me pierdo en su suavidad.

[Ah, por cierto, mañana cumplo 26 años. A mi edad y haciendo estas cosas...]

Sergi Mora

miércoles, 9 de septiembre de 2009

Mi niña se me corre


Y yo que pensaba que todas las mujeres nos masturbábamos igual.
No, no, qué equivocada estaba.

Sofia se masturba como una batidora a máxima potencia. Y, claro está, yo intento hacerle lo mismo. Pero una no tiene el brazo derecho como Serena Williams y, a los tres minutos, noto como el músculo se me ha subido hasta la oreja.
Pero supongo que es como lo que dicen las madres cuando les preguntas: "¿Y no te dolió el parto?" y responden "Ai, niña, cuando tienes a tu hijo en los brazos, con pocos segundo de vida, te olvidas de todo tipo de dolor".

Pues así es como me siento cuando mi niña se me corre. Me olvido del brazo derecho, de la rodilla izquierda totalmente doblada, del tobillo derecho aplastado contra la pared y de la gota de sudor resbalando por mi cuello. Porque cuando una mujer llega al orgasmo un trocito de ella muere. Se desgarra.
Tiene un punto sadomasoquista. Sí, ya que controlar el ritmo de un clítoris se acaba convirtiendo en una dulce agonía.


Lindsy Lohan en la portada de NewYork de Marilyn.


[No... todavía no he vendido nada, pero ya tengo dos reuniones concertadas. Y subiendo.]