jueves, 29 de mayo de 2008
sábado, 3 de mayo de 2008
Gusto

Todavía tenía la menta del mojito en el fondo del paladar.
Y la marihuana empezaba a estar peleona entre mis labios.
En la tele sale un plato de verduras troceadas con una salsa rojiza humeante. Segrego saliva, no sé si por esa imagen o por que está a mi lado, jugueteando bajo mi braguita.
Me da un vaso de vino blanco: José Pariente. Fuerte, seco y muy ácido. Odio el vino blanco y lo sabe.
Me besa. La uva verdeja todavía está en sus labios, salivo y le borro ese sabor con otro beso. Abrimos la boca, mi lengua toca la suya y puedo adivinar su postre: una manzana ácida.
Me acerco a su cuello, él pierde sus manos entre mis nalgas. Huelo su pelo y ruedo la lengua hasta su ombligo. Sabe a antipolillas de lavanda, a Ariel, a Lactovit pero sobretodo, a sudor. Fuerte, palpitante.
Su pene, erecto, colorado. Suave. Muy suave. Lo pruebo tímidamente. Lo beso y me deshago, de una vez, del vino blanco. Restriego la lengua a lo largo de su falo, cato sus entrañas, su sabor, su esencia.
¿Ha frotado su polla con menta? No, no. Soy yo. Estaba al fondo de mi paladar y ahora está en su pene. Su falo sabe, a lo largo y ancho, a menta. Y yo he sido la cocinera.
Bajo a los testículos con la lengua, están blandos y saben a dos tomates demasiado salados. Los derrito con mis labios. Me mira, lo miro. Poso mi menta en sus muslos, subo hasta su ombligo y me da a probar su manzana verde. Yo le doy más menta, él busca la copa de vino blanco. Le paro antes de que acerque el borde a sus labios. Dejo el vaso en el suelo y ahora su manzana está entre mis piernas.
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