
La suavidad de un cuerpo femenino es de las sensaciones más perfectas que he experimentado.
Normalmente, las mujeres heterosexuales, no solemos manosear a nuestras amigas en busca de ese tacto dulce, tierno. Sí, hemos tocado una mano, una espalda al ponerle la crema, quizás los piés al ofrecernos para hacerle un masaje. Pero no hemos s-a-b-o-r-e-a-d-o un cuerpo de mujer. Entero.
Recorrer desde los pómulos hasta los tobillos. Dibujar sus labios con nuestros dedos, resbalar las yemas por el cuello, los pechos, los pezones reboltosos. Serpentear en la barriga, perderse en su ingle. Esa sensación sólo se sabe apreciar si te gustan, de verdad, las mujeres, y a mi me encantan. Es decir, me encanta Sofía, y su cuerpo.
Es tremendamente perfecto. Alargado, moreno, terriblemente suave, caliente, sin ser demasiado blando, ni demasiado duro. Agarrable hasta la saciedad.
Ultimamente, cuando se me tira encima, la cojo por la cintura. Abro bien mis manos, le rodeo perfectamente los costados y la aparto un poco. Quiero ver su barriga, sus diminutas cicatrices. Y paso la mano por allí, y por aquí, y más allá. Y me pierdo en su suavidad.
[Ah, por cierto, mañana cumplo 26 años. A mi edad y haciendo estas cosas...]Sergi Mora