jueves, 21 de abril de 2011

Dormir

Mañana hará una semana que presencié algo terrorífico.
El viernes pasado, hacia las 16:25h, subía calle Balmes en dirección a mi trabajo.
Como cada tarde, me puse mi "canción-cañera-del-viernes" y enfilé hasta el cruce con Córcega. Pero quiso el destino o las puñeteras fuerzas de la naturaleza o las putas mierdas del azar, que viese la desgracia y violencia de un accidente de moto mortal.


Sí, así es, mortal. Una motocicleta grande bajaba por calle Balmes levantando la rueda delantera cuando se encontró de frente con un ciclomotor que
se incorporaba a la misma calle. El choque fue directo, sonoro. Horrible.
Me llegaron trozos de moto y lo único que fui capaz de hacer fue mirar la imagen más desgarradora que jamás había visto. Los chicos volaron por el aire, las motos salieron despedidas, una metida dentro de la otra, a más de 40 metros, y sus cuerpos rodaron como simples sacos de carne con huesos por el asfalto.
Enseguida desconecté los auriculares y marqué el 911. El silencio a las cuatro y media de la tarde del viernes en el cruce de Balmes con Córcega era espeluznante. Todos los viandantes miraban desconsolados a dos cuerpos jóvenes desgarrados. Me acerqué a ellos en un intento de hacer algo, de servir de ayuda. "¡No les quitéis los cascos!" dijo alguien. "No hay nada que hacer..." dijo otra persona. Una chica se agachó cerca de uno de ellos y le levantó la camiseta. Me miró con horror. Tenía la pierna completamente rota y del revés. "Algo se puede hacer, una pierna rota da igual..." pensé, pero la mirada de la chica era clara: está muerto.

Temblando me acerqué al otro cuerpo. Llevaba un casco blanco y de él se escapaba un chorro de sangre que tiñó el gris del asfalto. En ese momento tenía a Sofía al teléfono y me dijo las palabras clave "vete de ahí, vete, vete, vete..." me repetía. Y me fui. Sollozando e intentando respirar llegué hasta el trabajo. Después de una botellita de agua y el consuelo de uno de mis buenos compañeros me encontré algo mejor, lo justo para que ese día se acabase pronto. Pero la imagen de los dos chicos volando y rompiéndose a pedazos contra el suelo me ha perseguido hasta el día de hoy. Y lo seguiré teniendo toda la vida.

Poco a poco me voy recuperando. Y desde aquí hago un llamamiento a todos los que llevéis moto: no hagáis caballitos, no levantéis ruedas delanteras y, sobretodo, no apuréis en los semáforos. Esperad a que se ponga rojo, son sólo unos segundos. Vosotros sois los primeros en salir, siempre, así que por dos segundos no perdéis nada. Sino, podéis perderlo todo.

Esta semana me he sentido desconsolada, perdida, llena de miedo. Me acostaba junto a Sofia pero era incapaz de cerrar los ojos y cerrarlo todo y "hasta mañana". Hace un par de días mi padre me dió un consejo. Tras la muertede mi abuela, su madre, pasaba noches muy malas y eso se le notaba en la cara. "Es simple, yo me imagino una tienda que baja la persiana. Raaas, hasta abajo" me dijo. Y lo intenté aquella noche. Al acostarnos cerré los ojos y me imaginé la persiana metálica de un local bajándose. Raaas, hasta abajo. Pero no funcionaba. Entonces me imaginé en una playa de arena fina, agua cristalina y palmeras con cocos. Y no, nada de nada. Sofia respiraba con suavidad, ella ya estaba en otro mundo y yo seguía en este, aferrada a una imagen, a un momento, a un sonido. A la sensación de terror a la muerte. Me imaginé caminando por un rio, junto a Sofia, mojándonos los piés. El agua está fría y pasa una carretera cerca. Pero tampoco sirvió. Así que, algo mosqueada conmigo misma, me relajé. Y entonces me vino a la mente una situación: Sofia y yo desnudas.
Y me dormí.

Las aceras de Barcelona
Efecto: Instagram

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