jueves, 24 de julio de 2008

Verano en la ciudad



[Recordatorio al lector:
Me acuerdo de algo que me dijo una vez mi tia-abuela ciega. Acababa de llegar de Casablanca, Marruecos (la tierra de mis padres), estaba cansada, tenía sed y me dijo: "Si lo que vas a decir no es más bello que el silencio, no lo digas".

No creo que nada sea más bello que el silencio, y gracias a él me he repuesto.

Olivier desapareció. La esencia de ese hombre treintañero, aparentemente seguro de sí mismo, con moto, colchón enorme en el suelo, incienso, dvd's musicales y robustas manos juguetonas, se desvaneció hace ya un par de meses. Lo decidí porque era mi droga y no era consciente. Estaba triste, estresada y agobiada de mí misma y me refugiaba en su cama. Hasta que me harté.
Tras un mes de soledad y bastante abatimiento, conseguí llamarlo, hablar con él y sentirme totalmente libre. Nos hemos visto un par de veces, pero ya no es lo mismo. Sólo hace falta que nos den un golpe con una barra de metal para que acabemos convirtiéndonos en el propio metal.]




El verano en la ciudad es un asco. Los que trabajamos jornada intensiva tenemos que darlo todo por la mañana y luego pretender ser capaces de o ir a la playa, al cine, a tomar una birras o a hacer la compra. Pero acabamos en el sofá medio dormidos y viendo algún programa de sobremesa con nombre veraniego.
Pero lo bueno que tiene el verano en la ciudad son aquellas personas que no son trabajadoras. Aquellos que están aquí porque todavía no se han ido. Y, sobretodo, son jóvenes y, sobretodo, chicos.

El viernes pasado salí, desde hacía un mes que no pisaba un bar. Cuatro chicas trabajadoras que pasan el verano en la ciudad rodeadas de chicos no trabajadores que pasan el verano en la ciudad. Jugoso.
Veinticuatro años recién cumplidos y acababa de licenciarse. Altísimo, moreno y ojos turquesa. Lo he encontrado, mi "amor de verano". Casi lo había olvidado. No es que sea una asídua de los enamoramientos estivales, pero el calorcito invita. Cuando tenía 18 años, estuve con un chico seis años mayor. Estaba en su último año de carrera, filología inglesa, se llamaba Juan y tocaba en la tuna la bandúrria. Una perla de verano. Muchos besos, algún que otro toqueteo y muchas horas al teléfono. Pero en septiembre me cansé y no se me ocurrió otra cosa para romper con él que decirle: "creo que me gustan las chicas". Sí, ahora me río, bueno... y entonces también.

Me siento muy identificada con la inocencia. La impusieron en los ojos mis padres. Y qué mejor que unirse con tu propio enemigo. Desde hace años que juego con ella y no puedo evitar derretirme cuando un chico inocente, y que no es consciente de ella, aparece a mis doce en punto.

Este verano o redescubro mi inocencia, o corrompo la suya.


PD: Gracias a los que me habeís enviado botellas con mensajes. Un sincero apoyo, sin duda.


Foto: en la biblioteca en julio.