martes, 19 de mayo de 2009

Si te quedas con el culo al aire te pican los mosquitos

Y la picadura de un mosquito en toda nalga jode.

Y a mí me picó uno. Y desde entonces me sigue picando. No es que me pique el mismo sitio. Es que el mosquito me está devorando el culo.

Pongamos que este mosquito se llama Marc. Y pongamos que este Marc está un poco loco. Y pongamos que este loco, conociéndonos de una semana, me pide para casar.
Y pongamos que yo me lo pienso. Pero claro, cómo coño voy a poder pensármelo si ahí está el mosquito, picándome el culo cada vez. Y cada minuto. Y de día. Y de noche. Y en la playa, en su casa, en el coche...

¿Me caso o no?

miércoles, 13 de mayo de 2009

Ikea


Salón tranquilo. Sudo cuando intento montar un Pöeng.
Cigarrillo descansando en el cenicero.
Y suena el movil.
Olivier.

Hablamos. Yo feliz, radiante. Que lo estoy, pero exageré. Y él igual, egocéntrico, místico. Capullo.
- A finales de mayo hago una fiesta...
- Pues no voy a poder venir - me dice. Yo no le he invitado, todavía.
- Ah...
- Es que me voy a Suecia.
- Qué bien. ¿Y cuánto tiempo?
- Nada, un par de semanas.

Pues yo voy a ver el Barça mientras monto un armario y tú vete a Suecia a follarte a las suecas.


Ikea, compra de la semana

jueves, 7 de mayo de 2009

El holandés errante con barba



A cada hombre que conozco lo asocio con un sentido.
Algunos, al tocarlos, me avivan el olfato. Otros, al mirarlos, me excitan el tacto. Y algunos, al olerlos, me corrompen la vista. Va como va.
Sin embargo hay uno que son todos los sentidos a la vez. Como el padre, el hijo y el espíritu santo. Olivier. Supongo que será porque ha sido el más duradero, el más presente, el más reciente. El más cojonero.
Pero el día del trabajador descubrí otro al que le asocio dos sentidos. Después de mis mesecitos de sequía y total desapetencia sexual, conseguí que mi bestia saliese de su letargo.

La barba de los hombres es todo un mundo. Y la suya un universo. Por eso su bello rubio en las mejillas rozando el interior de mis piernas fue todo un hallazgo. Olivier tenía barba, pero era suave, insulsa, diría. A Lucien le brota como pequeños dedos juguetones. Y yo, que me considero una mujer con poco bello corporal, con esa cosquilleante visita no podía ser menos que me volviese algo loca. Ahí estaba él, subido a mi nuca, cual loro, buscando mi boca. O deslizándose por el cuello buscando mis pechos. Y colgado de mis tobillos rebuscando con su magnetómetro. Y, lo dicho, acurrucado entre mis piernas en busca de mi perla.

Siempre me he preguntado cómo sería irse a la cama con alguien que no comparte tu mismo idioma. Y no hay tanta diferencia. Me atrevería a decir que es mejor. Los sonidos de un chino, de un ruso, un sudafricano y un canadiense son los mismos entre las sábanas. El quid del asunto viene cuando sueltan algún ruidito de más de dos sílabas.

Y entre la barba y palabras en holandés casi imperceptibles, como es evidente, me derretí entera.


Un tapiz del que me enamoré